Existen sensaciones extrañamente agradables. Una buena sorpresa, las agujetas, los nervios. Sensaciones que inicialmente parecen negativas o estrañas pero al cabo de un rato o analizadas más a fondo son positivas.
Una de estas sensaciones es la de estar debajo del agua, siempre que sea por voluntad propia, claro. El sentimiento de aislamiento momentáneo, la sensación de no oír nada, de no sentir nada, de no temer ni depender de nada ni nadie.
El momento ese en el que tenemos suficiente con el aire de nuestros pulmones, en el que no nos importa lo que ocurra en la superfície, en el que, simplemente, nos paramos un momento a observar lo que tenemos a nuestro alrededor y a analizar lo que sentimos, lo que pensamos, lo que creemos.
Ese momento en el que no tenemos miedo a nada ni nadie, en el que estamos bien y se nos olvida absolutamente todo y somos conscientes, únicamente, de nosotros mismos.
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