En general, dependiendo del barrio y de las horas, Barcelona és una ciudad bastante silenciosa. Están los bares con musica y el murmullo que causan sus clientes, las discotecas, el metro, los coches. Pero en un miércoles a las diez y pico u once de la noche la ciudad, al menos la calle Josep Tarradellas, suele estar en silencio.
Ayer la situación era parecida. Poca gente por la calle, silencio. Todo estaba en su sitio. Hasta que la calle enloqueció. Los gritos venían de todas partes, de todos los lados. Mirases donde mirases la gente era la misma, pero desde los balcones la gente expresaba su felicidad. Se ponían los pelos de punta solo de estar en medio. Casi daba miedo.
Ayer el Barça jugaba una clasificatoria prácticamente perdida. Debía remontar un 4-0. Aún así, a sus fieles seguidores aún les quedaba esperanza. Esperanza que probablemente sí perdieron al marcar el PSG ya que, con un resultado de 3-1 y a falta de solo 28 minutos para el toque de silbato, el Barça debía marcar 3 goles más. Pero lo hizo.
Con el sorprendente e inesperado resultado de 6-1 en el marcador, el Barça se clasificaba, en el último minuto, para los octavos de final. La euforia era tal que la gente salía al balcón a gritar, las motos y coches eran un no parar de banderas del equipo. Las bocinas no merecían descanso.
Quién fuese que estuviese en la calle, podía sentir en su propia piel y en sus propios pies el rugido de toda Barcelona. La calle temblaba, el ruido resonaba por las paredes de una ciudad que, hasta el último minuto, mantenía la respiración, sufriendo y deseando un gol
que llegó cuando la esperanza estaba casi perdida.
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