Cada día es una nueva esperanza, un nuevo mundo, una nueva oportunidad. Sin que nos demos cuenta, al levantarnos, le estamos diciendo a la vida que queremos seguir viviendo un día más pero, en cambio, nos gustaría poder cambiar nuestra rutina para ver y sentir algo nuevo, vivir una sorpresa.
Aún siendo aparentemente iguales, no todos los días lo son, pues cada pequeño detalle es capaz de mostrar un atisbo de la belleza que el mundo oculta y muestra solo a los que quieren ver. El cielo, las nubes, el mar, los prados. Paisajes que evolucionan con el tiempo y hacen de algo bonito algo único, si se observa en el momento adecuado. Pequeños y agradables incentivos para seguir adelante.
Esta mañana no quería salir de la cama. El sueño podía conmigo y, aunque me gusta lo que hago, no tenía fuerzas para levantarme, pero lo he hecho. Al salir de casa solo he tenido que levantar ligeramente la vista para admirar el espectáculo que me esperaba. Y es que, a la luz del alba, todo parece más bonito.
Las luces del cielo, escondidas tras el horizonte, proyectaban una cálida paleta de colores sobre las nubes más bajas. Al fondo, entre los edificios, un inicio naranja, brillante casi como el sol que, a medida que subía en el cielo y perdía fuerza, sin perder esplendor, daba paso a las nubes teñidas de rosa, como pinceladas improvisadas sobre un lienzo en blanco. Y después, a los colores azules que caracterizan las mañanas despejadas.
Una combinación perfecta de energía para la mañana. Si es la noche la que nos espera, la Luna pasa a ser la protagonista.
Ese semblantemente pequeño trozo de roca que vaga por el espacio a nuestro alrededor, es capaz de, a cada momento, mostrarnos la mejor versión de sí misma. Haciendo que, poder verla bailar rodeada de estrellas, sea un enorme placer día tras día. Su posado amarillento y los lejanos cráteres la hacen única e inimitable. Al igual que su impropio brillo característico, que ilumina las noches más oscuras y brilla por su ausencia unos pocos días del año.
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