Somos seres sociales. Muy sociales. Estamos acostumbrados a tratar con muchas personas todos los días y eso, aunque no nos lo parezca, hace que dependamos de ellas.
Ya sea el cartero, la chica del quiosco, el señor del peaje o la secretaria de la entrada, estos simples personajes secundarios ya entran en escena solo con sus gestos, expresiones, sonrisas, comentarios.
Una sonrisa de buenos días, o un simple "¿Cómo se encuentra esta mañana?" cambiados por un rostro triste o una simple cabezada pueden modificar el inicio, y con este, el transcurso del día. Y no solo eso. Solo hay que imaginar, si esos pequeños gestos de relativos desconocidos determinan nuestro estado de ánimo, cómo pueden hacerlo aquellos que verdaderamente afectan a nuestras vidas, véase amigos y familiares.
Dependemos de ellos de la misma forma que ellos dependen de nosotros, es decir, casi completamente. Y con esto no quiero decir que si ellos se sienten mal nosotros nos sintamos mal, o a la inversa, aunque también pasa, sino que de sus actos depende nuestra felicidad.
Cada uno es feliz por sus cosas. Porque está bien en el trabajo, se siente bien con su familia y amigos... lo típico. Y es precisamente el cambio de una de estas cosas lo que puede hacer que alguien deje de ser feliz.
Por suerte la felicidad está relativamente compartimentada. Pasar un buen rato con la familia puede "compensar" un mal trago con los amigos, o al revés. Pero por desgracia no lo está del todo, y alguien que no es feliz en un ámbito, no puede ser completamente feliz en el resto.
Lo que quiero decir con todo esto es que nuestros actos no solo nos afectan a nosotros mismos, sino que afectan a todas y cada una de las personas que están a nuestro alrededor. Y que no solo debemos considerar las consecuencias de estos que nos conciernen a nosotros, sino también al resto. Porqué un acto nuestro puede decepcionar, herir, alegrar, ayudar o perjudicar a muchos. Y quizá ellos lo habrían tenido en cuenta por nosotros.
En ocasiones es difícil tomar decisiones en base a los demás. Al fin y al cabo, quién debería preocuparse más por uno mismo que uno mismo. Pero siempre hay que tener en cuenta a quienes nos importan. Porque de la misma forma que nosotros dependemos de ellos, ellos dependen de nosotros. Y cuando la felicidad deja de depender de uno mismo, la tristeza que aparece, en caso de decepción, es mucho mayor. Porque uno puede arreglar su propio error, pero no el del que tiene al lado.
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